Con Luz de febrero, Elizabeth Strout vuelve a hacernos partícipes de otro episodio en la vida de la particular, seria y pragmática Olive Kitteridge que ya conocimos en la novela con su nombre.
Nº de páginas: 368
Editorial: Duomo Ediciones
Encuadernación: Tapa Blanda
ISBN: 9788417761417
Traducción: Juanjo Estrella
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En Crosby, un pequeño pueblo en la costa de Maine, no suceden muchas cosas. Y sin embargo, las historias sobre la vida de las personas que viven allí contienen un mundo entero. Está Olive Kitteridge, una maestra jubilada, irascible, indecorosa, de honestidad inquebrantable. Tiene setenta años y aunque es más dura que una roca, sintoniza con los matices del alma humana.
Está Jack Kennison, antiguo profesor de Harvard, que busca desesperadamente la cercanía de esa extraña mujer, Olive, siempre tan Olive. Su relación tiene la fuerza de quienes se aferran a la vida.
Una novela conmovedora que habla del amor y la pérdida, de la madurez y la soledad, y de esos inesperados instantes de felicidad.
En Crosby, los habitantes tienen una vida tranquila y sin apenas alteraciones. Una vida monótona que no hace felices a todos pero a la que están resignados y que llevan con mayor o menor dignidad. Entre esos habitantes tenemos a Olive Kitteridge que ya conocimos hace unos años en la novela homónima (y que os reseñé en su momento) y a Jack Kennison (que si os soy sincera, no recuerdo que salía en aquélla).
Ambos viudos y solos en el pueblo, logran unir sus destinos a pesar de la inicial dificultad para comprenderse.
Igual que en la novela anterior, el ritmo de la narración es pausado, detallado y algo pesimista. La personalidad de los protagonistas, y en especial la de la protagonista, arrastra al lector a la melancolía y la contemplación.
Olive Kitteridge no fue un personaje con el que tuviese excesiva empatía en la novela anterior y en esta secuela mi sentimiento ha sido el mismo. Lamentablemente, es una mujer que tiene un carácter difícil y a la que le cuesta relacionarse y que a mi, personalmente, no me cae bien. Es una buena mujer pero su forma de ser hace que sea difícil cogerle cariño.
Sin embargo, Jack Kennison sí se ha ganado un lugar especial en mi corazón. Con su sencillez, su humor y su buena disposición. Para mi, es él quien salva la novela.
Una novela que, igual que la anterior, peca por ser lenta, hacer excesivo foco en los detalles y en los sentimientos de cada uno de los personajes, sentimientos rara vez positivos o alegres. Elizabeth Strout, como ya nos tiene acostumbrados, no tiene reparo en detallar casi minuciosamente una situación cotidiana que aporta poco o nada a la acción.
El gran problema para mi de esta novela es que me da la sensación de encontrarme con más de lo mismo que en Olive Kitteridge e, incluso, que en Todo es posible. Mismo pueblo, mismos personajes, mismo tipo de narración.
Como ya conozco la forma de escribir de la autora, no me ha sorprendido encontrarme con este tipo de historia. Ya sabía que no habría acción y que sería más una novela de costumbres, sentimientos y reflexiones.
Personalmente, recomiendo su lectura a aquellos que disfrutaron de la novela anterior (yo os recomiendo leer primero Olive Kitteridge) o que les gustan las novelas con más sentimiento que acción, porque esta novela de acción tiene poca.
Como siempre os digo, el libro de los gustos está en blanco y una novela que a mi no me ha convencido puede que a vosotros os encante. Lo mejor siempre, es comprobarlo por vosotros mismos y lanzaros a leer la novela sin ningún prejuicio y con la mente preparada para extraer de ella todo lo que os pueda aportar.
Besotes y Felices Lecturas.
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